Es el Estado más verde de México, una espectacular alfombra natural entre la Sierra Madre y el Golfo, con cascadas, selvas, la cumbre más alta de México y 700 kilómetros de litoral con numerosas playas vírgenes. Fue el hogar de los olmecas, la puerta del mestizaje, la llave del comercio nacional. Y es el Estado más vital y alegre del país, el Estado ideal.
Veracruz es una tierra bendecida por la naturaleza. Acunada junto al Golfo de México, y protegida, a su espalda, por la Sierra Madre Oriental, se extiende entre el mar y la montaña como una inmensa alfombra verde animada por dunas, selvas, manglares, cascadas, volcanes y la constante cercanía del mar: más de setecientos kilómetros de litoral que aún guarda playas preciosas y calas prácticamente vírgenes. Cuatro inmensos ríos y sus afluentes llenan de agua el interior de este Estado, el más verde de México. Aquí se instalaron y se expandieron los olmecas, protagonistas de la cultura madre de Mesoamérica. Por aquí entraron –y salieron– los conquistadores españoles. Aquí se encuentra el puerto donde se embarcaron por primera vez hacia Europa la vainilla, el cacao y los chiles, que aún se cultivan en Veracruz junto al tabaco, la caña de azúcar y posiblemente el mejor café del mundo. Fue la cuna del mestizaje y sigue siendo la puerta más bella de México: una puerta que siempre recibe con una sonrisa, porque no hay nada más vital que el ánimo de los jarochos. Hay algo en el ambiente de Veracruz que invita a salir a la calle y a disfrutar de la vida.
Veracruz fue, hace más de 3.500 años, el hogar de la primera gran civilización mesoamericana: los olmecas. Su origen es aún un misterio. Es posible que llegaran al actual México por el Pacífico y que su cargamento de rituales y símbolos ya incluyera el conocimiento de un calendario preciso y el culto al dragón, la serpiente emplumada. Se instalaron en la zona de los Tuxtlas, donde no faltaban la tierra fértil ni el agua. Se cree que se organizaron en ciudades-estado, gobernadas por un gran líder al que honraron con gigantescas cabezas de piedra únicas en su tallado. La selva las sepultó todas, durante siglos. En 1862 apareció una cabeza olmeca, en el sitio arqueológico de San Lorenzo Tuxtla. Desde entonces se han encontrado 17 cabezas. Cada una tiene rasgos distintos. Miden entre 1,47 y 2,85 metros de altura y tienen un peso extraordinario: entre seis y 25 toneladas. La mayor parte de las cabezas olmecas descubiertas se exhibe en el Museo de Antropología de Xalapa, la capital del Estado de Veracruz. Un museo excepcional que también acoge muestras únicas de otras civilizaciones veracruzanas posteriores a los olmecas, como la cultura Remojadas o la de los totonacas, la civilización –ya en decadencia– con la que se encontraron los españoles cuando llegaron por primera vez a México.
Villa rica de la Vera Cruz. El 21 de abril de 1519, Hernán Cortés y sus hombres arribaron al territorio veracruzano con diez bajeles que transportaban seis centenares de hombres. Anclaron frente al actual puerto de Veracruz, junto a un arenal al que los nativos se referían como “ulúa” y que los españoles bautizaron como San Juan de Ulúa. Allí recibieron a los emisarios de Tenochtitlan, enviados por Moctezuma. Decidido a asentarse en aquellas tierras, Cortés movió su expedición hacia una ensenada más propicia, cerca de la anterior, que bautizaría como la Villa Rica de la Vera Cruz, por la impresión de fertilidad que le produjo el lugar y por la fecha –Viernes Santo– en la que anclaron las naves. Fue el primer ayuntamiento que los españoles establecieron en la América continental.
Desde la primitiva Veracruz, los españoles viajaron, por tierra, hacia el sur, hasta encontrar un lugar con agua dulce. Se establecieron junto al río Huitzilapan (el río de los colibríes), bautizado por los españoles como río Canoas, en la zona que hoy se conoce como La Antigua. Allí oyeron hablar de una ciudad con templos de plata, que resultó ser Cempoala, cuyas casas de piedra pulida es posible que brillaran al amanecer. No había plata en Cempoala, pero Cortés encontró allí el primer escalón de su fortuna: la alianza que firmó con el cacique local, Chicomacal; un acuerdo que aseguraba al cacique el apoyo español frente a Moctezuma, por el que los totonacas, a cambio, se sometían a la corona española
La Antigua fue perdiendo importancia como puerto conforme aumentaba el tamaño de los galeones. Para colmo, un huracán asoló la ciudad y el pirata John Hawkins atacó, con suma facilidad, Ulúa. La reacción española fue fortalecer la ensenada y fundar, al norte de La Antigua, frente a San Juan de Ulúa, una Nueva Veracruz (así se llamó inicialmente), que obtuvo el título de ciudad en 1607. La atmósfera de aquellos tiempos, cuando la ciudad fue objetivo de los piratas, es posible revivirla hoy en día en la fortaleza de San Juan de Ulúa, que encierra muchos otros episodios de la historia: fue el último bastión de la armada española; luego, una temida prisión, y, muchos años después, en tiempos de la Revolución, sede del Gobierno. Una larga historia, siempre alerta contra el invasor, porque el puerto jarocho presume de haber sido oficialmente reconocido cuatro veces como heroico, y quizá sea el único puerto del mundo que ha resistido cuatro veces cuatro diferentes invasiones extranjeras.
Durante la época del Virreinato de la Nueva España, el puerto de Veracruz fue el punto de partida para los barcos que salían cargados con los tesoros de la colonia. El oro y la plata no procedían del Estado veracruzano, pero el puerto fue la llave de su riqueza, junto con la fertilidad agrícola y ganadera de un Estado que, poco a poco, fue cobrando identidad. Tres ciudades especialmente prosperaron junto al puerto de Veracruz: Xalapa, Orizaba y Córdoba. Xalapa, la capital del Estado, resultó ser un paso obligado entre la costa y el altiplano. Durante más de cincuenta años mantuvo el monopolio de las ferias comerciales en México, concedido por Felipe V. De entorno boscoso y montañoso, esta ciudad ofrece una amplia oferta cultural que incluye el excepcional Museo de Antropología y la orquesta sinfónica más antigua de México. Además, la capital veracruzana representa un excelente punto de partida para recorrer pueblos singularmente atractivos, como Coatepec, Naolinco o Xico, recientemente incorporado al programa de los Pueblos Mágicos de México.
Orizaba fue también capital del Estado y compitió con Xalapa durante décadas por su pujanza comercial. Se extiende a los pies de la montaña más alta de México: el volcán Orizaba, en náhuatl Citlaltépetl, que significa “el volcán de la estrella”, cuya cumbre alcanza 5.610 metros de altitud.
Córdoba, la capital del café veracruzano, fue fundada por el virrey Diego Fernández de Córdoba. Su Zócalo está coronado con una catedral barroca, un palacio de gobierno de estilo neoclásico y por una sucesión de portales, en los bajos de algunos de los edificios que circundan la plaza, que se han convertido en el símbolo de la ciudad cordobesa. En uno de esos portales, el Portal de Ceballos, se firmaron los acuerdos que consumaron la independencia de México.
Para ir al norte del Estado hay que atravesar la Costa Esmeralda, con playas tranquilas, extensas y de aguas poco profundas, como Casitas, Tecolutla o Nautla. Una vez avanzado el camino se llega a El Tajín, principal centro de poder de los totonacas entre los siglos VI y XII. En su momento de mayor esplendor, El Tajín tuvo cerca de dos mil edificios. El sitio debe su nombre del dios totonaca Tajín, el dios huracán, al que la ciudad rendía culto. También rezaba a Tláloc, dios de la lluvia, y, sobre todo, al gran Quetzacóatl, el dios del amanecer y del ocaso, al que se representaba con la forma de una serpiente emplumada.
El Tajín es una de las zonas arqueológicas más impresionantes del hemisferio occidental. Alberga 17 juegos prehispánicos de pelota, la mayor concentración de México. Su joya más brillante es la Pirámide de los Nichos, una bellísima estructura piramidal que ordena, escalonadamente, siete basamentos de 52 nichos cada uno. El número de los nichos y su disposición guarda relación con el calendario solar totonaca. La técnica de claroscuro que decora todos los nichos permitía, según se cree, que la perspectiva de la pirámide cambiara de acuerdo con el movimiento del sol. Es una de las pirámides más exquisitas y mejor conservadas, ya que se mantuvo protegida por la selva hasta finales del siglo XVIII. Anualmente, en torno al equinoccio de primavera se realiza en El Tajín la Cumbre Tajín, un festival cultural y musical que este año presentó a cantantes de la talla de Björk, Sinead O’Connor, Janelle Monae y Café Tacuba.
A 13 kilómetros de El Tajín está Papantla, un pueblo mágico con olor a vainilla. Su mayor distintivo son los Voladores de Papantla, cuyo vuelo o danza se denomina en lengua totonaca kos’niin (“vuelo de los muertos”). Amarrados por cuerdas, los voladores se lanzan al vacío para caer en espiral e invocar, con su vuelo, fertilidad y buenas cosechas, que alimentaron durante siglos la carga de los galeones. Huastecos y totonacas iniciaron el cultivo de la vainilla. Luego, la tríada básica de alimentos precolombinos –el maíz, los frijoles y la calabaza– se complementó con una gran variedad de frutos tropicales. Crecieron los chiles, los tomates y los aguacates, y se cultivaron el mamey, la papaya y el zapote. “La naturaleza ha enriquecido a la provincia de Veracruz con los frutos más preciosos”, escribió el naturalista y viajero Alexander von Humboldt.
A los frutos de la tierra, Veracruz puede añadir los del mar, y todos se funden en una cocina excepcional por sus productos y su mestizaje: México, Europa y el Caribe. Un ejemplo es el pescado más típico, el huachinango a la veracruzana, que se prepara con aceite de oliva. Para los amantes del marisco está el arroz a la tumbada, que es algo así como una paella jarocha. El remedio local para abatir una resaca se llama vuelve a la vida, una especie de ceviche de mariscos y crustáceos en salsa de tomate y naranja que realmente estimula las ganas de estar despierto. Y de seguir comiendo.
La gastronomía refleja el especial amor por la tradición que recorre el Estado veracruzano. En la Huasteca se conserva la fiesta del Niño Jesús Perdido; en Tlacotalpan, las controversias en versos compuestos con décimas espinelas; en Naolinco, los concursos de altares y poemas en el Día de Muertos; por todas partes hay certámenes de danzón, de sones y de fandangos. Veracruz ama todas sus tradiciones, pero especialmente las vinculadas con su gastronomía. El más antiguo de sus cafés, el Café de la Parroquia, conserva activas sus dos cafeteras Torino Express, de principios del siglo XX. Es un lugar inmejorable para pedir una bomba –una pieza de bollería– con un café con leche servido por camareros impecables. Cerca del café hay mercados de artesanías hechas a mano y dulces típicos como el torito, una deliciosa crema de frutas mezclada con ron de caña. Las neverías (heladerías) piden a los transeúntes que entren y compren al grito de “pásale güero”. Además de los helados clásicos, con sabores a mango, fresa o cacahuete, las neverías ofrecen a los güeros (rubios) sabores más exóticos como la guanábana, el mamey, el jobo o el nanche.
Texto: Viajar El Periódico