Montjuïc es esa montaña frondosa y amable que ejerce de telón junto al centro histórico de Barcelona y actúa –o debiera hacerlo– de gran parque urbano. Varios alcaldes han intentado acercar la ciudad a la montaña y viceversa, dotándola de escaleras mecánicas y transporte público. Incluso una línea de metro debiera atravesarla en un futuro que se antoja cada vez más lejano. Pero la realidad es que acercarse a este enorme pulmón verde sigue siendo una cuestión de voluntad, especialmente cuando las facilidades se acaban y ya solo quedan las piernas (lo que explica por qué gusta a los corredores y a los exploradores).
La montaña tiene varias caras. La más conocida es la que da a la Plaza de España, pues cuenta con algunos de los monumentos y museos emblemáticos de la ciudad: el Museu Nacional d’Art de Catalunya (alojado en esa suerte de Angkor Wat catalán que es el Palau Nacional), el Caixafòrum, el Poble Espanyol, el Pabellón Mies van der Rohe y la Font Màgica, de Carles Buigas. Si a eso le añadimos el renovado teleférico, un pelín caro, y la visita al Castell, ya tenemos el paquete turístico de rigor. Pero hay mucho más que ver y disfrutar. Montjuïc es un lugar fractal y estimulante, que desea ser descubierto y disfrutado. La primavera es su mejor momento.
Funiculares, mecánicas y otros recursos
Seguramente lo que más pereza da a la hora de visitar Montjuïc son las cuestas. Nada hay que temer. Diversas líneas de bus la atraviesan en varias direcciones (13 y 55) y la 150, en particular, asciende desde Plaça Espanya hasta el castillo, situado a 173 metros de altura sobre el nivel del mar.
Si se va en metro, la mejor forma de llegar al centro de la montaña es el funicular. Su recorrido comienza en la parada de metro de Paral·lel. En apenas cinco minutos se planta en plena Avinguda de Miramar, espina dorsal del parque. Resulta ideal para visitar la Fundació Joan Miró, maravilloso edificio de 1975 ideado por Josep Lluís Sert, que, aparte de mostrar la colección permanente de las obras del pintor, cuenta con excelentes exposiciones temporales de arte contemporáneo. Aquí está también la piscina olímpica de saltos, abierta en verano y un verdadero (y relativamente desconocido) lujo para el gran público, con sus vistas de vértigo sobre toda la ciudad y su precio razonable.
Montjuïc cuenta además con varios chiringuitos repartidos a lo largo y ancho de su superficie, que aparecen en los sitios donde uno menos se lo espera.
Inspiración granadina
Los Jardines de Laribal, a medio camino entre el MNAC y la Fundació Joan Miró, ofrecen una estampa mediterránea, umbría y decadente. Inspirados en la Alhambra de Granada, formaron parte de la Exposición Universal de 1929, y cuentan con deliciosos paseos, fuentes, cascadas minimalistas, pérgolas y pabellones. Aquí están las famosas Escales del Generalife y la Font de Gat, que da nombre a una de las canciones más conocidas por los barceloneses.
Debajo de estos jardines se sitúan los del Teatre Grec. Encontramos parterres geométricos, rosales, un hermoso pabellón que en verano funciona como restaurante y, claro, un teatro al aire libre de inspiración clásica construido para la misma Exposición. Este forma parte del cercano complejo de la Ciutat del Teatre, que no hay que dejar de ver, por su mezcla de arquitectura novecentista y contemporánea, y una ingente oferta de espectáculos de artes escénicas.
Paisajes metafísicos y lecciones de botánica
El Anillo Olímpico, escenario de los míticos Juegos del 92, es hoy un espacio inmenso y vacio, atípico en el contexto de una ciudad tan densa como Barcelona. Algunos materiales de la explanada principal han envejecido y su lenguaje, tan puntero en los 90 (véase la torre de telecomunicaciones de Santiago Calatrava), empieza a desdibujarse. El conjunto urbanístico y su abierto horizonte producen una sensación de inmensidad y melancolía tal que una de esas desasosegantes estampas urbanas de Giorgio de Chirico. Mejor ha aguantado el paso del tiempo el pabellón Sant Jordi de Arata Isozaki, con sus formas orgánicas y plateadas. Merece la pena visitar la posmoderna facultad del INEFC, de Ricardo Bofill, que bulle de actividad con su trajín de estudiantes.
Más allá de l’Anella Olímpica se encuentra el Jardí Botànic de Barcelona. Que uno no espere encontrar aquí rafflesias tropicales o alerces siberianos. Aunque le faltan años para llegar a su madurez, muestra un completo compendio de los paisajes mediterráneos y de todo el planeta (Sudáfrica, Chile, California, Australia occidental) e importantes colecciones herbáceas. En definitiva, una visita de lujo para los amantes de la botánica.
Jardines temáticos
La parada del funicular es también ideal para descubrir dos jardines de estilo muy distinto: los Jardines de Mossèn Jacint Verdaguer y los de Joan Brossa.
Los primeros son una celebración del bulbo holandés y el colorido primaveral. Abril y julio son los mejores meses para visitarlo. Hábilmente distribuidos en terrazas, y recorridos por fuentes que descienden por la ladera de la montaña, son bastante frecuentados durante los fines de semana, con padres jóvenes que celebran vistosamente el cumpleaños de sus retoños.
Los segundos ocupan buena parte del antiguo parque de atracciones de Montjuïc. De esta etapa quedan las enérgicas esculturas de Charlie Rivel, Charlie Chaplin y Carmen Amaya. También hay dos edificios muy interesantes. Uno está junto a la Plaça de Dante (con estatua incluida) y es la Sala Esfèric, antaño el Quiosco Damm, un retrofuturista ejemplo de brutalismo, construido en 1966 por Riudor y Riera, recientemente renovado. El otro es la extraña estructura del Parasol, antiguo Bar Fanta, que ofrece un aspecto desaliñado pero intrigante.
Los jardines de Joan Brossa cuentan con diversos artefactos que producen sonidos musicales cuando se interactúa con ellos, lo que hará las delicias de los niños de cualquier edad, incluyendo los canosos. Por lo demás, es el mejor lugar del parque para comprobar en qué consiste esa manera tan barcelonesa de construir el espacio público que tantas alabanzas ha proporcionado a la ciudad.
Retomando la Avenida de Miramar, en dirección hacia el puerto, llegamos a los homónimos antiguos estudios de TVE, hoy hotel de cinco estrellas. No obstante, hay espacio para la plebe, que puede pasear por los delicados jardines del mismo nombre, con preciosas vistas sobre el Port Vell y el centro de la ciudad. Aquí se puede tomar el transbordador aéreo que conduce a la Barceloneta (con precio para turistas).
Muy cerca del mirador aguarda uno de los mejores secretos del parque: los jardines de Costa y Llobera. Mirando hacia el sureste y protegidos por la mole rocosa de la montaña, ofrecen un espectáculo vegetal que hay que ver, sí o sí: cactus gigantes, plantas suculentas, palmeras, ficus y endemismos que desafían la imaginación.
Dos miradores y un castillo
Casi ya en la cima de la montaña, cerca del castillo está el Mirador de l’Alcalde, un balcón de más altura que el de Miramar y que ofrece maravillosas vistas en diferentes ángulos sobre Barcelona y su puerto. Le acompaña otra fuente monumental de Carles Buigas, con un regusto muy Marina d’Or.
El Castillo de Montjuïc cuenta con un oscuro y sangriento pasado, así que será bueno dejarlo de lado y pasear por su perímetro. Se trata de una interesante y plácida ruta de dos kilómetros entre pinares que bordea los fosos y las murallas del castillo y que conduce al mirador del Migdia. Es el premio final de la ruta. Desde aquí se puede contemplar la inmensidad del área metropolitana sur de Barcelona y el Delta del Llobregat, felizmente salvado de ese estropicio que habría sido Eurovegas.
Precios
– Con una tarjeta de metro T-10, el intercambio entre la red de metro y el funicular no supone ningún cargo adicional a la primera validación siempre y cuando se realice en menos de 1 hora y 15 minutos.
– Piscina de saltos de Montjuïc (5,63€ entrada normal; 3,93€ entrada reducida).
– Telefèric de Montjuïc (10,30€ billete ida y vuelta, 7,40€ reducida).
– Jardí Botànic (3,50€ entrada normal; 1,70€ entrada reducida. Gratis el primer domingo de cada mes y todos los domingos a partir de las 15h).
– Transbordador aeri (12,50€ billete ida y vuelta).
Texto: El Viajero