Sol, historia, arte y familia: esta joya marinera al inicio de la Costa Brava es mucho más que un destino de verano. Es una experiencia mediterránea completa, viva todo el año.
Hay lugares que marcan el inicio de una historia. En el caso de la Costa Brava, ese punto de partida tiene nombre propio: Blanes. Fue aquí donde el periodista Ferran Agulló, a principios del siglo XX, observó un litoral indómito y bautizó con acierto a esta franja del noreste catalán como “Costa Brava”. Desde la roca de Sa Palomera, un islote emblemático que se adentra en el mar como una lengua de piedra, se abre una panorámica inconfundible. Este símbolo natural no solo divide la costa entre norte y sur: también conecta la mirada con algo más profundo. Ver el amanecer desde allí es asistir a un espectáculo íntimo, silencioso, puro.
Cuatro kilómetros de costa: relax, familia y aventura

Las playas de Blanes no son todas iguales, y ahí radica su magia. Desde la extensa playa de S’Abanell, ideal para familias y accesible para todos, hasta calas escondidas como la de Sant Francesc, donde los pinos casi tocan el agua, la oferta es diversa y tentadora. Cuatro kilómetros de litoral permiten desconectar o activarse, en función de lo que cada uno necesite.
Para quienes viajan con niños, hay servicios de vigilancia, parques infantiles a pie de arena y actividades acuáticas seguras. Para los aventureros, la costa ofrece desde paddle surf hasta snorkel en rincones rocosos llenos de vida marina. Y para los que solo buscan descanso, basta con extender la toalla, cerrar los ojos y dejarse abrazar por el sol mediterráneo.
Un pasado que sigue presente: más de mil años de historia

Blanes es más que naturaleza. Es también historia. Sus raíces se hunden en más de un milenio de acontecimientos. Durante siglos fue un punto estratégico para controlar el tráfico marítimo. La noble familia de los Vizcondes de Cabrera dejó su huella en la arquitectura, en el trazado urbano y en la identidad local.
Caminar por el centro histórico es retroceder en el tiempo: calles estrechas, casas blancas de pescadores, iglesias góticas y plazas donde la vida pasa sin prisa. La iglesia de Santa María, construida en el siglo XIV, es uno de los ejemplos más imponentes del gótico catalán fuera de Barcelona. Y desde lo alto de la colina de Sant Joan, donde aún se mantienen los restos del castillo medieval, se domina todo el litoral. Un mirador, sí, pero también un testigo silencioso de guerras, rutas comerciales y generaciones de marineros.
Jardines entre el cielo y el mar

El jardín botánico Marimurtra es, sin duda, uno de los espacios más singulares de Blanes. Fundado por el científico alemán Carl Faust, combina el rigor de la botánica con la belleza del paisaje mediterráneo. Desde sus terrazas, colgadas sobre el acantilado, se obtienen vistas que cortan la respiración. Con más de 4.000 especies vegetales y una cuidada distribución en zonas geográficas, Marimurtra es más que un jardín: es un diálogo entre la ciencia, la estética y la emoción.
El vecino Pinya de Rosa, más silvestre, complementa esta oferta con un enfoque más ecológico y experimental. Sus cactus, agaves y suculentas se adaptan perfectamente al entorno rocoso. Ambos espacios ofrecen una alternativa de ocio tranquila, contemplativa y profundamente estética.
Ciudad de letras y pinceles: Blanes como musa
La lista de escritores y artistas que se han sentido tocados por Blanes es larga. Joaquim Ruyra, uno de los grandes narradores del paisaje catalán, se inspiró en estas calas y en su gente para crear relatos que ya son parte de la literatura universal catalana. Roberto Bolaño, el célebre autor chileno, eligió Blanes como su refugio durante años. Aquí escribió algunas de sus obras más personales. El pueblo se convirtió en paisaje literario y, en cierta forma, en personaje.
Hoy existen rutas literarias que recorren los escenarios que los inspiraron: plazas, casas, rincones del paseo marítimo o la biblioteca. En ellas, las palabras escritas se funden con la brisa marina, recordando que la inspiración no es una abstracción, sino un lugar concreto.
Una ciudad que vibra todo el año

La agenda cultural y festiva de Blanes no conoce pausas. En julio, el Concurso Internacional de Fuegos Artificiales convierte las noches en un espectáculo de luz, color y estruendo. Durante una semana, pirotécnicos de todo el mundo compiten frente a miles de espectadores que llenan playas y balcones. Es una de las tradiciones más queridas de la Costa Brava.
Pero hay más: fiestas de barrio, ferias gastronómicas, competiciones deportivas, conciertos al aire libre, mercados de artesanía… Cada mes hay una excusa para volver. El calendario no se detiene, y la energía de la ciudad tampoco.
Un motor para el deporte y los eventos

La Ciutat Esportiva de Blanes es uno de los equipamientos más modernos y versátiles del litoral catalán. Con 40.000 metros cuadrados de superficie y equipamiento de alto nivel, este centro acoge desde torneos internacionales hasta actividades sociales, conciertos y ferias. Su ubicación estratégica y su capacidad de adaptación lo convierten en un motor económico y cultural de primer orden.
Sabor a mar y a tierra
Blanes es también un mercado vivo. Cada tarde, en la lonja, se subasta el pescado recién capturado: doradas, lubinas, gambas, calamares… que llegan al plato casi sin transición. A pocos kilómetros, en el llano agrícola de La Tordera, los payeses cultivan frutas y verduras que abastecen mercados y restaurantes. Esta dualidad es el corazón de la cocina local: una mezcla de sencillez y sofisticación, de tradición y creatividad.
Los restaurantes del puerto y del centro histórico ofrecen menús que combinan lo mejor del mar con productos de la tierra: arroces, suquets, tapas, postres artesanos, vinos DO Empordà, cervezas locales… Comer en Blanes es saborear su identidad.
Capital de servicios en la Selva
Con más de 40.000 habitantes, Blanes es una ciudad viva y activa. Su oferta de alojamientos es diversa y de calidad: hoteles familiares, campings con encanto, apartamentos junto al mar. El comercio local, con tiendas abiertas todo el año, aporta dinamismo y cercanía. No es solo una ciudad para turistas: es también un centro de servicios para toda la comarca de la Selva.
Un destino pensado para las familias

Blanes fue pionera en obtener la certificación como Destino de Turismo Familiar, y esa distinción no es casual. Aquí, cada detalle está pensado para facilitar la vida en familia: playas seguras, actividades intergeneracionales, restaurantes con menús infantiles, rutas accesibles, alojamientos adaptados. Es fácil sentirse como en casa. Por eso muchas familias repiten año tras año, convirtiendo sus vacaciones en una tradición que se transmite de generación en generación.
Paseos y lugares con alma
Uno de los grandes placeres de Blanes es simplemente caminar. El paseo marítimo invita a hacerlo sin prisa, entre heladerías, bancos frente al mar y terrazas acogedoras. Al anochecer, la luz cambia, el ambiente se relaja y todo adquiere una belleza serena. Para quienes buscan rutas más activas, los caminos de ronda ofrecen senderos que serpentean entre acantilados y calas, con el mar como compañero constante.
Y si se prefiere un entorno más urbano, el centro histórico mezcla modernidad con legado: casas burguesas del siglo XIX, vestigios góticos, tiendas artesanales. Cada paso es una pequeña revelación.
Un legado que se reinventa

Blanes no es solo un lugar bonito. Es una ciudad que ha sabido conservar su esencia y, al mismo tiempo, evolucionar con inteligencia. No ha perdido su alma marinera ni su conexión con el paisaje, pero ha incorporado modernidad sin estridencias. El equilibrio entre pasado y presente, entre naturaleza y cultura, es quizá su mayor logro.
Subir al castillo de Sant Joan no solo ofrece una vista panorámica: ofrece perspectiva. Desde allí se entiende por qué tantos artistas, viajeros y familias han elegido Blanes como lugar de paso… o de permanencia.