Foto de: Óscar Carrasco Luque
Encajonada entre la India y Paquistán, la región de Cachemira ha sido durante siglos un paraje codiciado y admirado a partes iguales. Alejada de las rutas turísticas convencionales, ha alimentado la imaginación de personajes tan dispares como Alejandro Magno y Led Zeppelin. Todo ello ha contribuido a crear un aura de leyenda alrededor de este vergel situado a mitad de camino de las secas llanuras del Hindustán y de la majestuosa cordillera del Himalaya.
En el año 1973, después de una exhaustiva gira por Estados Unidos, Robert Plant, el vocalista de la legendaria banda de rock británica Led Zeppelin, inició un viaje por el sur de Marruecos. Plant atravesó en automóvil la polvorienta carretera que une Guelmim, localidad conocida como La puerta del desierto, y Tan-Tan, ya en pleno Sáhara. “Era una carretera de una sola dirección que literalmente cortaba el desierto —le contó más tarde al cineasta y periodista Cameron Crowe—. Al mirar a izquierda y derecha, solo veías cumbres de arenisca. Daba la impresión de que ibas conduciendo por un canal en el que no había fin”. Arrastrado por las sensaciones, Plant empezó a pensar la letra de una canción mientras atravesaba tan onírico paisaje: “Oh, let the sun beat down my face, stars to fill my dreams. I am a traveler of both time and space…” (oh, deja que el sol golpee mi cara y las estrellas llenen mis sueños. Soy un viajero del tiempo y del espacio…). La canción a propósito de aquella experiencia resultó uno de los mayores éxitos de Led Zeppelin: Kashmir (Cachemira). Esta anécdota musical encierra varias incógnitas geográficas. Si el viaje de Plant transcurrió por Marruecos, ¿por qué se titula la canción como la región india situada a casi 8.000 kilómetros de distancia? ¿Por qué dar el nombre de una zona considerada como un edén a un tema escrito en el desierto? Demasiados porqués. A este embrollo también contribuye Jimmy Page, guitarrista del grupo y compositor de la música de Kashmir, al reconocer que ninguno de los miembros de la banda ha estado nunca en Cachemira. Para aclarar este galimatías, quizás sea conveniente visitar este paraje del norte de la India.
El valle de Cachemira surge como un islote verde tras las áridas llanuras del Hindustán, un vergel atemperado por los vientos provenientes de la cercana cordillera del Himalaya. A lo largo de los siglos, los viajeros que han visitado esta región, ya fueran conquistadores macedonios, comerciantes venecianos, emperadores mogoles o colonos británicos, han sucumbido a sus encantos revitalizantes.
Sin embargo, su ubicación como enclave estratégico ha sido a la vez el origen de sus desdichas (en su caso, además, esta ubicación fronteriza no solo concierne a cuestiones económicas sino también religiosas). Aun hoy, en pleno siglo XXI, la India y Paquistán siguen enfrentadas por la cuestión. Todos estos elementos se han conjurado para convertir Cachemira en un paraje mítico y de difícil acceso. Podemos imaginarnos, por tanto, que Led Zeppelin eligiera Kashmir por su capacidad evocadora de un paraje idílico. Así cantaba Plant sobre el popular riff de guitarra de Page: “My Shangri-La beneath the summer moon, I will return again. Sure as the dust that flots high in June, when movin’ through Kashmir” (Mi Shangri-La bajo la luna de verano, regresaré de nuevo. Tan cierto como el polvo que flota alto en junio cuando cruzas Cachemira).
Un estado, dos capitales. A pesar de los inconvenientes, el magnetismo de Cachemira es tal que muchos viajeros actuales no dudan en adentrarse en esta región que el emperador mogol Akbar El Grande (1542-1605) llegó a denominar su “jardín secreto”. Ya en la fase previa de documentación, los aventureros descubrirán múltiples secretos que hacen de éste un destino legendario. Por ejemplo, si en un juego tipo Trivial aparece la pregunta ¿Cuál es la capital de Cachemira?, la respuesta inmediata debe ser: depende. En verano, Srinagar, y en invierno, Jammu. La primera, la ciudad más visitada, representa el punto habitual de entrada por avión, mientras que la segunda apenas tiene atractivo turístico, pero es el lugar de llegada de la red ferroviaria.
Srinagar rivaliza con la provincia de Kerala por ostentar el título de la Venecia india. La localidad cachemira, fundada por el rajá Pravarasena II en el siglo VI, está dividida en dos por el río Jhelum. Las dos riberas se unen gracias a numerosos puentes llamados kadal. La vida diaria de la ciudad se desenvuelve por el río y varios lagos adyacentes, siendo los más populosos el Dal y el Nagin. El más grande es el primero, que tiene unas dimensiones de 6,4 kilómetros de largo por cuatro de ancho, y está dividido por tres pasos elevados. Las embarcaciones llamadas sikharas son a Srinagar lo que las góndolas a Venecia. En ellas, el viajero trasladará sus bártulos hasta una de las múltiples house boats, casas flotantes que descansan en los embarcaderos del lago. El origen de estos alojamientos se remonta al año 1875, cuando los colonos británicos asentados en la región emplearon esta argucia para esquivar la prohibición del maharajá, aplicable a todo ciudadano europeo, de construir en sus tierras. Las house boats son, sin duda, una de las peculiaridades más llamativas de esta ciudad. Lo habitual es que se trate de negocios familiares con calidades y precios que resultan de lo más variable. Es recomendable echar un vistazo a las habitaciones antes de cerrar ningún trato. El lago Nagin se encuentra algo más retirado del centro, pero a cambio goza de mayor tranquilidad. Allá cada uno con sus preferencias.
Una lectura imprescindible para descubrir esta región es Viaje al Punjab y Cachemira, escrito por el explorador y geógrafo francés Guillaume de Lejean (1828-1871). Este precioso relato describe, a modo de diario, el viaje que Lejean realizó a la India siguiendo los pasos de Alejandro Magno. A pesar del tiempo transcurrido, poco difieren las sensaciones de Lejean de las de los visitantes actuales: “Lo mejor que hay en la ciudad es el agua. Ya he dicho alguna cosa acerca del encanto que tenían para mí las excursiones en barca a lo largo del río, entre las cercas y los álamos; pero aún se disfruta más al deslizarse por las dormidas aguas de los canales, que han recordado a un viajero los de Venecia. Son obra de los príncipes mogoles, que hicieron del lago y las cercanías su Versalles o su Fontainebleau”. En su diario, el curioso Lejean describe pormenorizadamente la labor de los artesanos cachemiros, que tanta fama han otorgado a sus productos textiles: “Difícil es hablar de Cachemira sin decir algo de la fabricación de esos hermosos chales que constituyen la riqueza y el orgullo del principado. Bueno es saber que la cabra que da el pelo llamado pashmina, con el cual se fabrican los chales, no es indígena de Cachemira sino que vive principalmente en el Tíbet y en la pequeña Bukaria, de donde se trae la pashmina en bruto”.
Estas exquisitas telas fueron introducidas en Europa, concretamente en Francia, por las tropas napoleónicas a su regreso de la campaña en Egipto. Desde entonces, los consumidores occidentales aprecian la calidez y la suavidad de su tacto. Otra importante industria local es la del azafrán. A 16 kilómetros de Srinagar se encuentra la localidad de Pampore, principal productor de la India (los mayores productores mundiales son Irán, España y la India, por este orden). Gracias a la globalización es probable que más de un arroz socarrat haya sido coloreado con azafrán cachemiro.
La reliquia más preciada de Cachemira. Uno de los lugares de visita obligada en Srinagar es el santuario de Hazratbal, donde se guarda un pelo de la barba de Mahoma. Para los musulmanes, que son mayoría en Cachemira, es su reliquia más preciada. El santuario, situado a los pies del lago Dal en su parte occidental, se ha convertido en un destino de peregrinación. Conviene tener en cuenta que Cachemira es una región musulmana que forma parte de un país hindú, de ahí que Hazratbal haya sido escenario de numerosos enfrentamientos entre fanáticos de ambos bandos. En los últimos años, algunos nacionalistas han reivindicado el carácter hindú del santuario, asegurando que el pelo que allí se encuentra no pertenece a Mahoma sino a un gurú hinduista llamado Nimneth Baba. En cualquier caso, el fanatismo va por barrios. A escasa distancia del templo donde está el pelo de la barba de Mahoma se encuentra el santuario de Roza Bal, venerado tanto por musulmanes como por hindúes y budistas, donde algunos aseguran que se encuentran los restos de Jesucristo. Según algunos historiadores, tras sobrevivir a la crucifixión, Jesucristo huyó y se refugió en Cachemira adoptando el nombre de Yuza Asaf. Este tema ha sido estudiado en varios libros que harán las delicias de los admiradores de Iker Jiménez.
En el noreste de la ciudad, dispuestos a lo largo de la falda de la montaña, descansan los bucólicos jardines mogoles, construidos en el siglo XVII por varios emperadores en honor de sus amantes predilectas. El más grande de ellos es Shalimar Bagh (el jardín del amor), que supera con holgura las doce hectáreas de extensión. Como escribió Guillaume de Lejean, las fuentes, cascadas y pabellones que se encuentran los visitantes a lo largo del paseo evocan escenarios versallescos. Debido a su magnífico diseño y elegancia, Shalimar Bagh ha servido de inspiración para otros jardines del mismo nombre que se encuentran en ciudades como Dehli y Lahore. En la terraza superior, el elegante Pabellón Negro, que recibe este nombre por haber sido construido en mármol negro, está coronado por una inscripción del poeta persa Jami (1441-1492), que alude a la belleza del paraje: “Gar Firdaus roy-e zamin ast, hamin ast-o hamin ast-o hamin ast” (si existe un paraíso en la tierra, es éste, es éste, es éste). Otro jardín digno de visitarse es el Nishat Bagh (el jardín de la alegría), formado por doce terrazas repletas de flores, cipreses y cedros que aluden a cada uno de los signos del zodíaco .
Las mezquitas de la ciudad también merecen una visita. Las principales son Shah Hamdam Masjid, Madam Masjid y, la mayor de todas, Jama Masjid. El interior de esta última, que está construida totalmente de madera, sobrecoge ante la perspectiva de sus naves sostenidas por incontables troncos de magníficos cedros del Himalaya.
El Templo del Sol. El trekking es una excelente opción para descubrir los encantos del valle de Cachemira. Para abrir boca, es buena idea acercarse al Templo del Sol de Martand, a 50 kilómetros de la capital veraniega. Las ruinas de este magnífico santuario, edificado en el siglo VIII, revelan la cantidad de influencias que han pasado a lo largo de los siglos por estos parajes. Indios, romanos, chinos, bizantinos y griegos han dejado su impronta en Martand. Considerado por los indios como uno de sus monumentos más importantes, cuenta con el añadido de estar emplazado frente a la esplendorosa cordillera del Himalaya.
Recorriendo a vuelapluma los encantos de Cachemira, resulta evidente que este rincón del planeta no es un sitio cualquiera. Con sus incongruencias geográficas, Led Zeppelin puso de relieve su componente legendario, que, hasta cierto punto, la emparenta con Shangri-La y Eldorado. A estas alturas, parece claro que la banda de rock no hablaba de un simple punto en el mapa sino de un estado mental de paz y armonía. La mística Lal Ded (1320-1392), uno de los personajes más influyentes de la cultura cachemira, expresó con sutileza la necesidad humana de encontrar un lugar en el mundo: “Cuando llegué, y por qué camino, no lo sé. Si tengo que partir, y por qué camino, no lo sé”. En este caso, Cachemira parece un destino tan bueno como cualquier otro.
Texto: Viajar El Periódico