¿Se puede vivir en el interior de un cráter volcánico? Pues sí, eso sucede en Ecuador. A menos de 35 minutos del ruido de Quito (a 17km) y a 10 del monumento a la Mitad de Mundo, está el Pululahua.
Se puede llegar tomando un bus desde el redondel de El Condado, contratar un tour especial o negociar con un taxista (esta opción siempre tiene el riesgo que implica cualquier regateo: no siempre se gana). Pero lo mejor es hablar con la gente de El Cráter. Es un hotel (Reservas: (00593) 9 99811653) que ofrece una vista espectacular, un descanso celestial en su spa y una gastronomía de lujo. Todo con una atención de brazos abiertos.
El Pululahua es un volcán apagado, cuya última erupción se dio hace 2.500 años. En su cráter, tras siglos de deslizamientos de tierra, se ha formado una llanura. Ahí se asentó una comunidad, un apacible pueblito dedicado a las actividades agrícolas. El viajero puede admirar el paisaje desde un mirador, donde se ven elevaciones como el Pondoña, El Chivo y el Pan de Azúcar. Pero también puede emprender una caminata cráter adentro. No le tomará más de 45 minutos llegar. Todo depende del estado físico de cada uno. Aunque nunca falta quien ofrezca al cansado forastero, un caballo para sortear la cuesta. Esta zona, por si fuera poco, es una reserva geobotánica de casi 3.400 hectáreas, protegida por el estado ecuatoriano y que alberga a 21 especies animales y 53 tipos de plantas.
Uno cosa es llegar e irse y otra muy diferente es contemplar cómo las nubes empiezan a merodear el paisaje, cómo la noche toma su espacio y las estrellas decoran el firmamento, dejando más de una boca abierta. Para ver eso, El Cráter ofrece habitaciones totalmente equipadas y un restaurante con vista panorámica de 360 grados. Buen vino y una carta delicadamente elaborada con opciones ecuatorianas del mar y las montañas. La meticulosidad de su gente ha hecho que el hotel figure entre los 10 mejores hoteles de la capital de Ecuador en la web TripAdvisor. No es para menos.
Una propuesta ineludible que puede convertirse en la primera parada de una ruta hacia la costa pacífica del país.
Texto: El País