La inauguración del Museo Guggenheim de Bilbao hace quince años marcó un punto de inflexión en la historia reciente de la capital vizcaína. Un selecto grupo de hoteles de máxima categoría han crecido bajo el influjo del edificio de Frank Gehry. Alojamientos en los que el arte ha pasado a formar parte de su esencia.
Quién te ha visto y quién te ve. El 18 de octubre de 1997, hace ya quince años, se inauguró oficialmente el Museo Guggenheim de Bilbao. Aquella fecha aún permanece marcada en el calendario como el detonante de un trascendente cambio en la capital vizcaína. Atrás quedaba un modelo de ciudad industrial, cuyo corolario fue el cierre del astillero Euskalduna en 1988, y daba paso a un nuevo ciclo en el que Bilbao dirigía su mirada hacia la modernidad.
Paradójicamente, el epicentro de este cambio fue el barrio de Abandoibarra, situado junto a la ría, en el que durante décadas se situaron las principales factorías de la ciudad. Ahí, junto al puente de La Salve, el arquitecto canadiense Frank O. Gehry comenzó a construir en el año 1993 un impactante edificio recubierto de cinc y titanio que se ha transformado en santo y seña de esta remozada urbe. Un edificio para albergar obras de arte y que, al mismo tiempo, es una verdadera obra de arte. Un centro de creatividad e imaginación que ha impregnado toda la ciudad con su magnetismo.
En 2011, el Museo Guggenheim recibió 962.358 visitantes, lo que le sitúa entre los más visitados de España, por detrás del Museo del Prado (2.911.767), el Reina Sofía (2.705.529), el Museo Picasso de Barcelona (1.600.000), el Museo Thyssen-Bornemisza (1.070.390) y el Caixa Fórum de Madrid (1.000.136). Una cifra nada desdeñable si se tiene en cuenta que Bilbao posee 352.700 habitantes (2011), frente a los más de tres millones de la capital española o el millón seiscientos mil de la Ciudad Condal. Según datos del propio museo bilbaíno, el total de gasto directo en el País Vasco como consecuencia de la actividad del Guggenheim ascendió el año pasado a 311 millones de euros. Es evidente el impacto económico y turístico del museo (el 62 por cineto de sus visitantes provienen de fuera de España). Sin embargo, el Guggenheim también aporta a la ciudad una serie de valores intangibles que son igualmente destacables. Actualmente Bilbao se ha transformado en una ciudad atractiva, moderna, amigable y repleta de encantos para el visitante.
Con vistas al museo. En la última década, fruto de este cambio de modelo, han surgido una serie de alojamientos de primer nivel que están claramente influidos por la personalidad arrolladora del Guggenheim. Quizás el más evidente sea el Silken Gran Hotel Domine. Aquellos que quieran estudiar con detalle la obra de Gehry pueden reservar una de las habitaciones que dan directamente a la fachada del museo y contemplarlo durante horas desde la cama. La distancia entre ambos edificios es de unos escasos 30 metros. El valenciano Javier Mariscal es el responsable del diseño de este establecimiento de cinco estrellas. Y su percepción juguetona y alegre de la vida preside todas y cada una de las estancias.
Cuando el viajero llega al hotel, lo primero que se encuentra junto a la recepción es una inmensa escultura de Mariscal titulada jocosamente Ciprés fósil, una estructura de 26 metros de alto, dos y medio de diámetro y 90 toneladas de peso que asciende hasta la última planta a través del patio interior. A su lado, una fuente en forma de cascada escalonada, decorada con platos y copas, redobla la espectacularidad del hall.
La realización de esta obra oculta una jugosa anécdota que dice mucho de Mariscal como artista. El día de la inauguración del hotel, hace diez años, el valenciano hizo buenas las palabras de Pablo Picasso sobre la creación: “Yo no busco, encuentro”. Mariscal ultimaba los detalles para la presentación en público del Silken. Uno de los rincones más fotografiados sería sin duda la cascada. Sin embargo, el diseñador aún no estaba convencido del resultado final. Mientras trataba de darle el toque definitivo, el bullicio de camareros que traían y llevaban canapés para el sarao interrumpió el hilo de sus pensamientos. Y, de repente, lo tuvo claro. Ahí estaba, frente a sus narices, la solución. Con esa creativa locura que le caracteriza, solicitó que le trajeran inmediatamente platos y copas de la vajilla del hotel. Y, ni corto ni perezoso, comenzó a situarlos en la cascada, de forma que el agua pasara sobre ellos… Y así ha quedado desde entonces. Es de suponer que la dirección del hotel no tardó demasiado en reponer la vajilla utilizada.
En la última planta del Gran Domine se encuentra otro lugar con mucho arte. Su imponente terraza ofrece una gran panorámica de la ría, con el Guggenheim en primer término. A medida que el sol comienza a declinar, el edificio creado por Gehry muta bajo los efectos del atardecer, ofreciendo visiones insospechadas. No obstante, además de la vista, otros sentidos como el gusto son agasajados en esta séptima planta. Aquí se encuentra el restaurante Domine, dirigido por Martín Berasategui, cocinero donostiarra cuyo restaurante en Lasarte está distinguido con tres estrellas Michelin.
División de opiniones. A dos pasos del Museo Guggenheim se inauguró el año pasado la Plaza Euskadi, diseñada por la paisajista hispano-argentina Diana Balmori. En su entorno, dos grandes edificios refuerzan el carácter innovador de la zona: la Torre Iberdrola, un rascacielos de 165 metros de altura –el más grande de Bilbao–, concebido por el prestigioso arquitecto argentino César Pelli, y el Edificio Artklass, un conjunto residencial diseñado por el arquitecto luxemburgués Rob Krier. Este último ha dividido a la población bilbaína. La intención del creador, según sus palabras, ha sido recuperar el estilo tradicional de las casas del Ensanche de la ciudad. Para ello, el edificio, de 45.000 metros cuadrados y ocho plantas, ha sido realizado como si estuviera compuesto de veinte fachadas diferentes. Unos lo consideran una genialidad, otros… todo lo contrario.
La fachada del cercano Hotel Meliá Bilbao tampoco pasa inadvertida. Para diseñarla, el arquitecto de México Ricardo Legorreta se inspiró en las esculturas cúbicas de Eduardo Chillida. No obstante, el toque mexicano está presente, de forma sutil y elegante, en todo este alojamiento de cinco estrellas: los tonos tierra y rosados, las paredes de estuco, el empleo de materiales nobles (madera, onyx, cuero y hierro)… Lejos de intimidar, su grandioso hall, de techos elevadísimos, constituye un espacio acogedor repleto de detalles con gusto. La vinculación del Meliá Bilbao con el arte resulta extraordinaria. Frente a la recepción, por ejemplo, se encuentra un cuadro de grandes dimensiones (200×150 cm) titulado Ribera como pretexto. No es una obra cualquiera; se trata de un óleo sobre arpillera realizado por Manolo Valdés. Su precio supera el millón de euros. Curiosamente, en el año 2002 se inauguró a escasos metros del hotel, en el Guggenheim, la retrospectiva más grande realizada hasta la fecha de este artista valenciano afincado en Nueva York. La colección del hotel, que se exhibe en las distintas zonas comunes, consta de obras de los mejores artistas españoles de arte moderno: Guinovart, Millares, Feito…
Con sus 211 habitaciones, el Meliá Bilbao es el hotel más grande de la capital vizcaína y uno de los cuatro cinco estrellas que posee la ciudad. A pesar de sus grandes dimensiones, todo en este alojamiento está cuidado hasta el más mínimo detalle. Si el dinero no es un problema, la Suite Presidencial es la estancia que usted necesita. Dormitorio, baño y salón ocupan, ni más ni menos, que una superficie de 200 metros cuadrados. A lo que hay que añadir una terraza de 50 metros cuadrados. Si no se lo puede permitir, es conveniente que no realice comparaciones con su hogar.
Todas las habitaciones de este magnífico hotel son exteriores, dando la mayoría de ellas al magnífico Parque de Doña Casilda (85.000 metros cuadrados). Este exquisito parque de estilo romántico cuenta con una escultura en honor de un peculiar personaje: José Villa del Río. ¿No les dice nada el nombre? ¿Y si se trata del popular payaso Tonetti?
Fotografías para disfrutar. A escasos doscientos metros del popular perro Puppy, la escultura floral realizada por Jeff Koons y que guarda la entrada del museo, se esconde el acogedor Hotel Miró. Como su propio nombre deja entrever, el diseño de los interiores es obra del reputado Antonio Miró. Además, este moderno alojamiento de cuatro estrellas cuenta con una colección propia de fotografía, integrada por cuarenta imágenes de gran formato. Obra gráfica nacional e internacional que el propietario ha ido coleccionando durante años. Como un regalo para sus clientes, las piezas están expuestas en zonas comunes y en el interior de sus cincuenta habitaciones.
Quince años después de su apertura, el Guggenheim de Frank O. Gehry ya forma parte de la idiosincrasia bilbaína. Su arrolladora personalidad ha calado profundamente entre los locales, que consideran al museo como propio, y entre los foráneos, que lo identifican con la más pura esencia de Bilbao. Reflejos de esta perfecta comunión se aprecian en sus modernos hoteles, en los remozados paseos, en sus exquisitos restaurantes… Los lazos son tan fuertes que incluso hay voces que sugieren que la familia Guggenheim proviene de Bilbao. Es cierto que la partida de nacimiento de Solomon R. Guggenheim señala que nació en Filadelfia (EE UU), pero no es un dato determinante. Como todo el mundo sabe, los de Bilbao nacen donde quieren.
Texto: Viajar El Periódico