El viaje a Hungría no se limitó a Budapest. Fue un viaje de familiarización organizado por la Oficina de Turismo de Hungría en España. Escogieron a un medio de comunicación por país. Nosotros fuimos los elegidos por España. De Italia, Alemania, Austria y otros países, escogieron a uno sólo también. Por cada medio, iba una familia.
Esto de hacer un viaje organizado por la Oficina de Turismo, hacerlo con otras familias del resto de Europa y visitar no sólo Budapest, sino también lo que podríamos llamar “la Hungría profunda”, tiene su contrapartida en anécdotas. Fue un maravilloso viaje por unos lugares espléndidos, pero también tuvimos bastantes anécdotas.
El Danubio azul (metálico)
Como no podía faltar en un viaje turístico a Budapest, el paseo por el Danubio fue estación obligada. De hecho, hicimos dos paseos, pero ahora hablaremos del primero.
Después de varias visitas, el guía, que era todo un políglota, nos comentó que íbamos a hacer un paseo especial por el Danubio, que si todos sabíamos nadar y si alguno quería un chaleco salvavidas.
Aunque el Danubio es un gran río, yo me he gastado una pasta en que mis hijos naden bien, así que cogimos el chaleco casi “por imperativo legal”. Pero el resto se lo puso como si fuéramos a viajar en el Titanic, porque en vez de un gran barco, nos montaron en dos barcos pequeños, como de 5-6 metros.
El paseo comenzó bastante suave, con música de Vivaldi y maravillosas vistas del Parlamento húngaro. Una verdadera delicia: música clásica, poco movimiento, vistas estupendas, las motoras sólo para nosotros…
Cuando pasamos el Parlamento, descubrimos lo que significaba “especial”. Toda la fuerza de dos poderosos motores multiplicaron la velocidad por 3 o 4 veces la que llevábamos, levantando la proa; y surcamos el Danubio como las motoras que salían en la serie “Corrupción en Miami”. Parejo a este cambio de velocidad, algo también cambió.
El volumen de la música también sufrió un incremento similar al de la velocidad. Pero lo que no podíamos esperar es el cambio de “estilo”. De Vivaldi, a ¡¡¡Metallica, AC/DC, Iron Maiden…!!!
Los demás pusieron cara de no entender de qué iba la cosa. Yo estaba en el séptimo cielo. Una lancha motora de alta velocidad y la música que escuchaba de joven. Con mi familia y en una ciudad preciosa en un río mítico.
El conductor nos miró a todos y preguntó algo así como si todo estaba bien. Ahí fue donde le sorprendimos mis hijos y yo. Mis hijos diciéndole que si eso era lo máximo que corría el “bote”. Y yo preguntando si tenía algo de “Barón Rojo” u “Obús”.
Creo que se “picó”, porque subió aún más la velocidad y el volumen. No sé hasta dónde hubiéramos llegado si mi mujer no me dice que me callara. Porque los niños y yo nos pusimos en proa y animábamos al conductor a meterle más caña.
Vale, una locura. Pero poneos en nuestra piel. Música, motoras, río vacío de barcos, con tu gente y disfrutando. Lo repito, una locura. Pero… lo juro por Snooppy, si vuelvo a subirme en un futuro, vuelvo a decirle que le meta caña.
La soleada España
Cuando se viaja con europeos del norte, los españoles puede que nos sintamos un poco desplazados, porque las costumbres son muy diferentes.
Además, cuando se trata de montañas, salvo que seamos de las zonas montañosas de España, estamos en inferioridad de condiciones. Aunque bueno, eso de que un tipo por ser austriaco piense que sabe cien veces más que tú de las alturas, aunque los mejores alpinistas sean españoles, también empieza a cansar.
Así que cuando el viaje baja de altitud, llega nuestro momento. Aunque hay una salvedad en la que los centroeuropeos se sienten más cualificados. Se trata de los lagos. Supongo que eso de que el agua no sea salada y que España es un país “seco”, pues les da confianza.
Hungría es un país con mucha superficie de lagos. Con uno gigantesco, el Lago Balaton. Así que en el viaje no podía faltar el paseíto en barco por Lago Balaton.
Así que una mañanita, no muy temprano, nos llevaron a un club de vela en el lago. Fue un día de verano, radiante de sol y con una temperatura que no desmerecería de la cuenca mediterránea en julio.
El responsable del club nos recomendó a todos que nos protegiéramos del sol, que ese día venía fuerte. Yo intenté explicarle a los compañeros algunas cosas, e incluso prestarle a los otros niños crema de la que usamos nosotros, pero uno de los padres, nos dijo que prefería su crema alemana y una buena gorra, y los demás le imitaron.
Intenté explicarles que el sol de ese día era muy fuerte, y que como íbamos a navegar, la potencia se duplicaba, además de que la gorra te protegería del sol de arriba, pero no del reflejo. Además, intenté explicar que aunque hiciera calor, mejor pantalones piratas y camisetas con manga corta que ir directamente en bañador.
Pero claro, estos españolitos no iban a saber de lagos más que los centroeuropeos. Los que sean de zonas turísticas españolas entenderán lo que voy a decir ahora. Cuando terminamos el paseo, estaban todos como cangrejos. Bueno, todos no, porque los italianos sí nos hicieron caso. Pero los del norte, no sé cómo pudieron dormir esa noche, porque estaban “tomatitos”.
El ejército rojo ya no es lo que era
Uno de los medios de otros países que nos acompañó era de Ucrania o Rusia, no recuerdo bien. Eran dos chicas jóvenes que no hablaban casi inglés, sólo alemán y ruso.
Había dos variantes en el viaje. En una de ellas, se acortaba la estancia en la zona del Balaton, y se iban directo a Budapest. En la otra, se hacía más del Balaton y se acortaba lo de Budapest. Nosotros hicimos las dos variantes. Es decir, todo el Balaton y todo Budapest.
Las dos chicas rusas, hicieron la variante de más Balaton y menos Budapest. Así que coincidimos un día sólo con ellas y un guía específico.
En la cena del día anterior, les dijimos que el Balaton estaba genial, pero que podríamos recortar ese día, saltándonos un parque de aventuras y yéndonos después del Balatón a Budapest. Nos dijeron que no.
Cuando llegamos al parque de aventuras, había una especie de montaña rusa-descenso en trineo en caída libre. Llegamos sobre las 16:00. Hacía unos 30-35 grados. Mis hijos al ver el parque, se pusieron muy contentos y se pusieron a montarse en las cosas.
Las dos chicas rusas, al principio, se divirtieron. Pero entre el calor y la repetición, empezaron a cansarse. Pero como dice el refrán, “donde las dan, las toman”. Mis hijos estaban disfrutando como enanos, así que nos sentamos mi mujer y yo a la sombra y pedimos la cerveza más fría que hubiera. Luego otra cerveza. Después un helado. No teníamos ninguna prisa. Aunque las chicas surgidas del frío ruso, eso de estar a treinta y cinco grados las estaba matando.
Porque mi mujer es muy caritativa. Si hubiera sido por mí, hasta que la primera de ellas no se hubiera desmayado por una lipotimia o golpe de calor, no les hubiera dicho a mis hijos que nos íbamos. ¿No quería ir al parque de aventura? ¡¡Pues toma parque de aventuras!! Pero a mi mujer les dio pena y las rescató.
Cuidadito con lo que se habla
Nuestros amigos nos dicen que somos muy estrictos con los niños en las cuestiones referidas a las formas en la mesa. Quizás sea reminiscencia de las cosas que me decía mi abuela acerca del hambre en la posguerra.
Es por ello que hacemos que nuestros hijos coman de todo, y que nunca se dejen cosas en el plato. Lo que se pide o coge, se come. Como se dice, “no llenar el ojo antes que la tripa”.
En Budapest nos llevaron a una confitería especial para niños. Con dulces especiales y todo tipo de chucherías. La verdad es que estaba casi todo muy bueno.
A los niños les dieron de todo, y el personal era muy amable y atento. En cuanto veían un plato vacío, traían más.
Nuestros hijos no son muy de chuches. Les gustan, pero no se matan por ellas. Pero esto era un autentico palacio de chuches, así que decidimos mirar hacia otro lado.
Mis hijos llevaban seis días hablando inglés, porque nadie hablaba español en el grupo, así que estaban un poco “sueltos”.
Había una sección que era de una especie de gominolas o caramelos raros de diferentes sabores. De extrañísimos sabores. La chica de la confitería quería que los niños probaran de todos los sabores posibles.
Yo, extrañado, veía cómo mis hijos tomaban más caramelos de lo que era habitual, y que preguntaban, en inglés, de qué sabor eran y lo apuntaban.
Me acerqué, y les inquirí acerca de lo que estaban haciendo. Ellos, sonriendo a la chica, pero en español, me dijeron “estamos haciendo un concurso a ver cuál es la que está más mala, algunas están muy buenas, pero muchas son vomitivas”.
Bueno, en plena Centroeuropa, y sin que te entiendan ni te conozcan, pues tampoco era cosa de regañar a los niños. Pero a los cinco minutos, me quedé helado, cuando escuché con un acento mejicano perfecto, entre dos de las camareras, “ya te dije que los nuevos caramelos no les iban a gustar a nadie”.
Las miré, me miraron, y nos reímos. Pero los primeros quince segundos, me parecieron muy largos. Muchas veces, al escuchar tanto inglés, nos olvidamos de que medio mundo habla español. Menos mal que mis hijos no son mal hablados ni dicen tacos; si no, me hubiera terminado de morir de la vergüenza.
Aunque, claro, ¿a quién se le ocurre hacer un caramelo sabor palomitas de maíz con Kétchup?