A casi 200 kilómetros de Madrid, en la provincia de Soria, se encuentra la villa de Ucero, la entrada directa al Cañón del Río Lobos, uno de los Parques Naturales más bellos del mundo. Será un recorrido por bosques mágicos, casi de cuento de hadas, donde viven águilas reales, halcones y reptiles, donde se esconden colosales cuevas rupestres, donde se erigen castillos y ermitas templarias, un lugar lleno de magia y misterio.
En las macizas tierras castellanas, entre Burgos y la recóndita Soria, se encuentra el Cañón del Río Lobos, un impresionante paraje de más de 10.000 hectáreas declarado Parque Natural en 1985 por su inigualable flora y fauna. El extenso cañón se formó gracias a la intensa erosión fluvial del río Lobos, que hizo que cedieran las grutas subterráneas y que aparecieran caprichosas zonas cóncavas de gran vistosidad por los teñidos de óxidos. También la erosión del viento ha jugado un papel importante para formar estas ostentosas paredes.
El Cañón del Río Lobos aglutina una espectacular geología y una gran diversidad de flora y fauna protegidas, donde destacan las especies ligadas a los cantiles rocosos. Para conocer una parte de río Lobos recorreremos la Senda de las Gullurías, que arranca de Ucero, pero antes hay que darse un paseo por la villa y subir a su castillo, que rezuma historia, incógnitas y misterios.
Ucero y el Temple
La pequeña localidad de Ucero cuenta con una escasa población de apenas cien habitantes, todos afables, con los que es un placer disfrutar de un buen rato de conversación. Ucero, que fue una villa importante en la Edad Media, está dividida por un pequeño puente donde es agradable observar el río. Cruzando el puente, en la parte más alta se encuentra la iglesia románica de San Juan Bautista, que guarda en su interior las figuras del Cristo del Castillo, conocido como Cristo de los Templarios, y de la Virgen de la Antigua. Cerca está la Posada Real Los Templarios.
Volvemos sobre nuestros pasos y cruzamos de nuevo el puente para tomar la vía hacia el castillo de Ucero, que está construido sobre los cimientos de un antiquísimo castro celtíbero, desde donde dominaban las confluencias de los ríos Ucero y Chico. Muy cerca aún permanecen las ruinas de una iglesia que, en sus orígenes, podría haber sido templaria.
La fortaleza, que se sitúa en un extremo de la muralla, tiene una estructura de triple recinto, común en los castillos templarios. Se cierra hacia el antiguo pueblo con un muro en el que se abrían ventanales góticos y una torre del homenaje que parece un campanario. En su interior se ven los nervios y un medallón, y tiene unas interesantes gárgolas que representan figuras humanas. Merece la pena recorrer sus muros y su interior antes de dirigirnos a la salida de Ucero para llegar a la Casa del Parque y comenzar la Senda de las Gullurías.
El comienzo de la ruta
Desde el castillo bajamos a Ucero, cruzamos una vez más el puente y salimos de la villa, recorremos unos 500 metros hasta llegar al aparcamiento de la Casa del Parque. La Casa del Parque está en un edificio vinculado con un antiguo molino tradicional y frente a ella, cruzando la carretera, arranca el acceso de la Senda de las Gullurías. La ruta comienza con una subida de gran pendiente que, a nuestra espalda, proporciona una espléndida panorámica del castillo.
Ascendiendo la cuesta hay colmenas, algunas antiguas construidas con troncos y otras modernas que delatan que la zona es un paraíso para las abejas. También es un oasis para las plantas que viven sobre las rocas.
El ascenso tiene una dura pendiente que aconseja descansar mínimamente en sus pedregales, aunque hay que ser muy precavidos con las víboras hocicudas que por allí habitan, que solo muerden si se sienten en peligro o son acosadas. Una vez superada la implacable subida se empieza a disfrutar del fantástico aroma a espliego, tomillo y salvia que tanto gusta a las abejas.
Siguiendo el camino se llega a una calera, la primera que encontraremos en nuestra ruta. Hasta no hace mucho, las caleras se utilizaban para producir cal con el sencillo proceso de cocer piedra caliza con leña bajo un montículo de tierra, que alcanzaba temperaturas superiores a los 900 grados. En la actualidad se está recuperando el uso de la cal por su gran dureza y por sus propiedades hidrófugas. Rodeamos la calera y seguimos por la vereda de la derecha, donde se abre un sensacional páramo.
A nuestra izquierda vemos unos frondosos valles, y en el suelo podemos observar interminables huellas de jabalíes, corzos, conejos, ardillas, tejones y lobos. Durante el recorrido la algarabía de los pájaros supone un placer para el oído y la vista. El buitre –con más de cien parejas criando en los cortados–, las escandalosas chovas piquirrojas, el ruiseñor, la abubilla, el cuco, el águila real y el halcón peregrino son solo algunas de las innumerables especies que habitan en este vergel de la provincia de Soria.
Más adelante llegamos a una zona con restos de fósiles de ostras, y avanzando encontramos a nuestra izquierda otra calera. Ahora la senda se adentra en una fascinante arboleda de enebros, sabinas y pinos pudios –los típicos del Cañón del Río Lobos–; parece un auténtico bosque encantado de cuento. Siguiendo por esta mágica espesura encontramos a nuestra derecha un camino bien señalizado, que nos lleva directamente al impresionante Mirador de las Gullurías.
Cantan las gullurías
Por San Matías cantan las gullurías y se igualan las noches y los días. El refrán se refiere a la totovía, una pequeña alondra forestal común en la zona y muy fáciles de ver correteando entre las sabinas, aunque cuando se detienen logran mimetizarse a la perfección con el entorno y entonces es casi imposible distinguirlas.
El mirador ofrece un escenario bellísimo de sierras, oteros, montañas, peñas, cuevas…; y a sus pies hay sabinas, pinos pudios, enebros y encinas que coleccionan todos los tonos de color verde imaginables.
Es imprescindible hacer un alto para disfrutar del mirador, mientras se escucha el canto de las aves y se admira el colorido de la masa arbórea que se abre ante nosotros. Solo con un poco de paciencia y unos prismáticos se observan con facilidad algunos habitantes del cañón, donde destacan las señoriales águilas reales, los enormes buitres leonados y los emblemáticos alimoches.
Tras un necesario paréntesis para efectuar un merecido descanso, volvemos sobre nuestros pasos y retomamos el camino que transcurre por el bosque, que ahora, ya en bajada, muestra el incalculable valor de la masa arbórea del cañón.
En esta zona, los enebros, las sabinas, los pinos y las encinas apenas dejan un resquicio para que pase la luz del sol. Un magnífico paseo por esta frondosidad hace fácil el camino de bajada hasta el cruce, que tomaremos a mano izquierda. Unos metros más adelante volvemos a sentirnos totalmente deslumbrados por el panorama. Un paso encajado entre la roca y el río nos lleva hasta una colosal explanada, donde, a la izquierda, se alza la ermita de San Bartolomé, y, a la derecha, la Cueva Grande.
Monjes guerreros
La impactante aparición de la hoz y la ermita, ubicada en mitad del cañón, tiene un encanto especial, que hechiza al visitante. La ermita de San Bartolomé, construida en el siglo XII, era del Temple, una de las más famosas órdenes militares cristianas y que tuvo una notable importancia en esta zona. Su brusca erradicación ha dado lugar a leyendas que han mantenido vivo el nombre de los caballeros templarios hasta nuestros días.
La ermita, que se encuentra en un magnífico estado de conservación, se exhibe llena de simbología y, con su cruz templaria y la estrella de Sión, es sin duda una de las más enigmáticas y misteriosas de las edificaciones templarias en la Península Ibérica.
A la izquierda de la ermita está El Balconcillo, un pequeño espacio ubicado en la parte superior del espolón sobre el templo. En El Balconcillo se asentaron los hombres de la Edad de Bronce, que dejaron grabados y pinturas rupestres en algunas cuevas.
A la derecha está la Cueva Grande, con una entrada impresionante, flanqueada por unos enormes paredones de piedra donde casi siempre hay buitres que observan fijamente a los visitantes. El interior de la Cueva tiene un tamaño colosal que sobrecoge por su magnitud y profundidad. Al fondo a la derecha se pueden admirar los grabados rupestres realizados en la roca por incisión, con un interesante trazo simple único. Al parecer, en su interior se encontraron también restos prehistóricos.
Desde el mágico paraje de San Bartolomé volvemos hacia la villa de Ucero por Valdecea y la Fuente de Engómez, hasta llegar de nuevo a la Casa del Parque.
Texto: Viajar El Periódico