Cuajada de historias y leyendas, Fraga nos remonta a culturas milenarias y tradiciones populares. A orillas del río Cinca, encontramos este municipio español, situado en el extremo sureste de la provincia de Huesca. Cada mes de abril, se celebra el Día de la Faldeta, declarada en el 2003 Fiesta de Interés Turístico de Aragón.
Una boda según los usos habituales del Aragón y la Fraga del siglo XIX en la que participan más de 1.500 invitados vestidos con sus mejores galas y que desfilan por calles llenas de historia de la capital del tramo bajo del Cinca. Es el Día de la Faldeta, la Fiesta de Interés Turístico de Aragón en la que los fragatinos vuelven atrás su relojes –de bolsillo, porque en aquella época no había relojes de pulsera- y lucen orgullosos el traje tradicional de la ciudad para que cobre vida La Boda Fragatina, el más famoso de los cuadros de Miguel Viladrich, el pintor más célebre de Fraga.
Cada uno en su papel
Un domingo de cada mes de Abril –este año será el 19- la oscense Ciudad de Fraga al completo se convierte en un teatro. Durante 24 horas, hombres, mujeres y niños representan juntos un espectáculo en el que hasta las estrechas calles del Casco Histórico de la Ciudad desempeñan un papel. Novios, familiares e invitados salen de la parte nueva –en concreto de la Plaza San Salvador- tras una ceremonia en la que se viste a la pareja protagonista con las mejores galas.
Tras un reparto de claveles, quien quiera y luzca lo que marcan los estrictos cánones del traje fragatino, puede incorporarse a la comitiva. Hay normas para hacerlo: ellas han de vestir con orgullo y donaire las siete faldetas superpuestas de un traje que se completa con corsé, jubón, mantilla y unos peinados –la rosca y el picaport– que recuerdan la historia de una Fraga que es Ciudad desde que en 1707 Felipe V le concediera el título por su apoyo en la Guerra de Sucesión Española. Para los hombres, corresponden chaleco, camisa, chaqueta y pañuelo a la cabeza pintado a mano por alguna de las mujeres de la casa y un particular calzón –valons, lo llaman en fragatino, porque hasta manera de hablar propia tiene la capital del Bajo Cinca- que completa un traje que cada vez luce gente más joven.
“Antes, la Fiesta coincidía siempre con el 23 de Abril, la fecha en la que celebramos el Día de Aragón, pero en 2011 decidimos separar las celebraciones. Ahora, el Día de la Faldeta se celebra el primer domingo después de esa fecha y ha sido un acierto. Al ser un día festivo, siempre puede venir mucha más gente y participar. Es nuestra Fiesta, pero queremos que sea de todos, porque ese día, el Día de la Faldeta, mostramos de qué somos capaces. Eso, también lo digo, no implica que no celebremos el 23 de Abril, que es el Día de Aragón”, cuenta Pilar Martínez, la concejal delegada de Fiestas del Ayuntamiento.
Tañedores y cantadores
La comitiva nupcial recorre durante el Día de la Faldeta la Ciudad entera: desde la parte nueva hasta la Iglesia de San Pedro, centro del Casco Histórico. Acompañan, porque estamos en Aragón, tañedores y cantadores de la Rondalla de la Peña Fragatina. Lo hacen tocando piezas compuestas a propósito para los novios, que cambian cada año: los encarnan los peñeros mayores de las Fiestas del Pilar, la otra fiesta grande de Fraga. Por el camino, encuentran escenas hasta hace no tanto habituales en el día a día de la capital del Bajo Cinca: vendedores de baratijas, confiteros y panaderos que elaboran in situ dulces típicos fragatinos como el coc de fraga, a base de membrillo, o los coquembous, un antecedente local de la Mona de Pascua que se elabora con masa de pan y se adorna con huevos duros. Los higos secos, el producto que hizo famosa Fraga en toda España, también están presentes en estas escenas costumbristas que evocan una ciudad todavía viva en el recuerdo.
La Fiesta se completa con una Misa Baturra en la Iglesia de San Pedro que acaba, cómo no, con los novios saliendo por la puerta del templo. La lluvia que los saluda, eso sí, no es de arroz: en Fraga, se tiran peladillas. Después; novios, invitados, curiosos y todo el que elige Fraga para disfrutar del Día de la Faldeta tienen una cita en el Segoñé, el paseo más importante de la Fraga del XIX. Allí se celebra un vermut musicado también según los usos de una Ciudad que no olvida su pasado y quiere hacer de su patrimonio cultural un activo. “Se trata de eso, de mostrar quiénes somos, de dónde venimos y hacerlo de una manera que resulte atractiva a todos. El Día de la Faldeta es un homenaje a nuestras raíces. Fraga la construyeron hombres y mujeres que vestían con trajes como los que lucimos ahora cada año el Día de la Faldeta”, cuenta la concejal fragatina de Fiestas.
La Fragatina
La de Fraga es, desde antiguo, una sociedad matriarcal en la que mujeres esforzadas y capaces administran con mano sabia e inculcan valores a la familia entera. Esa mujer protagonista e imprescindible da vida a un arquetipo, La Dona de Faldetas, que hasta cuenta con escultura propia desde 1981 en la Plaza de España, justo delante del Ayuntamiento. La Dona de Faldetas es una mujer sin nombre vestida con el mismo traje que cada mes abril lucen orgullosas todas las fragatinas y, si para algo existe el Día de la Faldeta, es para rendirle homenaje.
La fiesta, de hecho nació a finales de los 70 de la mano de una asociación cultural aún viva, Peña Fragatina, con un objetivo: dedicar un día al año a las verdaderas Donas de Faldetes, las mujeres que hasta entrados los años 80 vestían cada día de sus vidas las faldas superpuestas, mantones y pañuelos típicos de una Ciudad que hoy y siempre las recuerda porque, sin ellas, no sería lo que es hoy. El Día de la Faldeta es, por tanto, un homenaje a las mujeres y a una forma de vida que hizo posible que la Fraga medieval se transformase en la Ciudad moderna que es hoy.
Buena mesa y patrimonio
Más allá del Día de la Faldeta, Fraga ofrece al visitante atractivos que bien justifican un viaje a esta Ciudad de casi 15.000 habitantes que exporta melocotones, paraguayos y nectarinas a media Europa. Fraga está en la provincia de Huesca y le separan de Zaragoza poco más de 100 kilómetros. Situada al pie de la A-2 y la AP-2, está bien conectada con Barcelona y Madrid. Su carácter secular de cruce de caminos la ha convertido en centro de servicios de una importante área en la que caben municipios de las provincias de Huesca, Lérida y Zaragoza. Su comercio y su restauración son potentes y la nómina de actividades que organizan cada año Ayuntamiento y asociaciones es amplia.
Más allá del Día de la Faldeta, otra de las citas imprescindibles llega cada año, y desde hace tres, a finales de febrero: la Semana Gastronómica Ciudad de Fraga. Con todo, y aunque la cita es una oportunidad excelente para disfrutar de la mejor gastronomía local, el buen comer es norma en una Fraga donde abundan los restaurantes honestos y familiares capaces de convertir el deguste de los productos de la tierra en toda una experiencia. A ello acompaña un patrimonio histórico y natural en el que destacan las ruinas romanas de Villa Fortunatus, la Iglesia de San Pedro, el sabor medieval del Casco Histórico, el Palacio Montcada y el atractivo de un río que cada agosto acoge el Descenso Internacional del Cinca: son sólo algunos activos de una Ciudad abierta y hospitalaria en la que Aragón y Cataluña se dan la mano.
La Boda Fragatina
Miguel Viladrich (1887-1956), aunque nacido en la población leridana de Torrelameu, residió muchos años en la capital del Bajo Cinca, donde se instaló en 1913. Llegó a la Ciudad atraído por la imagen de las mujeres fragatinas –las Dones de Faldetes- que contemplaba en el mercado de Lérida, ciudad en la que residió también. En Fraga vivió hasta 1931 y allí pintó algunas de sus mejores obras. Viladrich vivía en las ruinas de la antigua iglesia de San Miguel, al que bautizó como Castillo de Urganda la Desconocida- Urganda es un personaje secundario de Don Quijote de la Mancha.
En Fraga, Viladrich pintó algunas de sus mejores obras. La más conocida es quizá La Boda Fragatina, cuadro que se conserva en el Palacio Montcada de Fraga y que inspira la fiesta del Día de la Faldeta tal y como es hoy. El cuadro está pintado en el característico estilo figurativo y popular de un pintor que Fraga reivindica como propio. En la obra, se reproducen incluso las fisonomías de algunas de las personas que Viladrich conoció durante sus años en Fraga.